Belmonte visto por Martínez de León
El dibujante y pintor andaluz, Andrés Martínez de León, creador del famoso personaje Oselito, y magistral captor con su lápiz de la figura y tauromaquia de su amigo Belmonte -así como la de varios toreros de la época-, expuso en una sala de la calle Sierpes de Sevilla, una pintura de ese campo andaluz, inspirada en una sugerente composición, ante la que el maestro paró largo rato como ausente y sin mediar palabra. García Santos describe así su paisaje de fondo: "un cielo anubarrado y lleno de presagios, con luces precursoras de tormenta....."
*HOY TOREA JUAN BELMONTE
I
Hoy torea Juan Belmonte
en la plaza de Sevilla.
Por la ciudad, ya no caben
los pueblos de la provincia.
¡Plazuela del Altozano!
Señá S'antana te envidia,
que en su "Velá" no relucen
con más brillo las mocitas.
Martinetes de "Cagancho"
por las tabernas trasminan.
¡Ay "Soleá de Triana"
con las perlas de tus rimas!.
¡Carmela, llégate al monte,
y empeñame la sortija!.
II
Ya suenan los cascabeles
del coche de la cuadrilla.
Los cuatro banderilleros
plateaban la berlina.
Llenos de arena y de sangre
los picadores volvían.
¿Y Belmonte? ¿Dónde viene
la flor de la torería?
¡Viene en brazos por el puente
llorando a lágrimas vivas!.
Y en su trono popular,
Belmonte resplandecía.
En el fondo, la Giralda
representaba a Sevilla.
III
¡Está bebiendo los vientos
por Belmonte una chiquilla!
Desde el barandal del puente,
lo persigue con la vista
y en aquél portaretratos
bamba de su gargantilla,
está meciendo a Belmonte
el corazón de la niña.
Por el río va una barca
cantando la seguidilla:
¡Ni Reverte, ni El Guerra,
ni El Espartero!.
¡Belmonte es el más grande
de los toreros!.
*Autor: Manuel Martínez de León
En el centro de esa composición está un jinete caído, inerte en el suelo -al parecer muerto-, contemplado desde muy cerca por el toro causante de la caída presto a arrancarse de nuevo, y, desde otro ángulo, por su propio caballo en una actitud más que nerviosa, de desesperación, ante la nula posibilidad de defenderle. Y el autor, al percatarse del interés que había suscitado esta dramática escena en Belmonte, le pregunta:
¿Qué te parece el cuadro, Juan...?. Al no recibir contestación alguna por parte del maestro, insiste....
-¿Me estás escuchando, Juan...?
-Sí, sí, te escucho....Pero dime, ¿de donde has sacao esa idea, Andrés....?
-No sé... Las ideas a veces vienen solas, Juan. ¿Acaso no te gusta...?
-Sí hombre, claro que me gusta. precisamente con ella has plasmao en el lienzo un deseo que siempre tuve.
-Explícate un poco mejor, Juan...
-Olvida eso... pero te voy a confesar una cosa que ha de quedar entre tú y yo.
-Descuida, Juan.
-Ya que no se me concedió la gracia de morir en el ruedo como José, hubiera querío hacerlo como ese jinete en el campo de Gómez Cardeña: a caballo, y garrocha en mano.
-¡Por Dió, Juan...! nunca pensé que me dirías una cosa así...
-No desearía otra muerte, Andrés. Pero sé que es mucho pedí...
JUAN BELMONTE en la Soledad de Dos Atardeceres. Vida y tauromaquia de un revolucionario del toreo, págs. 415 y 416. Salvador Balil Forgas. Editorial Almuzara.
La obra sobre Juan Belmonte, escrita por Chaves Nogales, e ilustrada por Martínez de León y Bartolozzi.
Ilustraciones de la obra "Juan Belmonte, Matador de Toros: Su vida y sus Hazañas, de Manuel Chaves Nogales, 1936.
Merecía la pena ser Torero, siquiera fuera para verse plasmado por este paisano mío, Martínez de León, un Maestro que quedará para la historia del arte y de la pintura.
Juan BELMONTE
Recientemente, hemos encontrado una carta que Martínez de León escribió a un amigo personal de Juan Belmonte y miembro de su cuadrilla "El Nili", donde le ofrece con todo lujo de detalles, lo sucedido al Maestro Juan Belmonte en su finca de Gómez Cardeña.
Cercedilla, 3 de agosto de 1962
Sr. D. José Pérez Gómez. – México D.F.
Querido Pepe:
Recibí tu carta, que te agradezco mucho, por el tiempo que me has dedicado en ella y por la cordialidad puesta, la misma que todos sentimos por ustedes.
No sé qué habrá llegado hasta ti sobre la muerte de Belmonte, pero lo cierto es que Juan se suicidó de un solo disparo por encima de la oreja derecha, tremenda decisión que, por lo visto, tenía tomada hace tiempo. Ni amores contrariados, ni absurdos problemas económicos. Juan se ha negado a pararle, aguantarle y mandarle al último toro de su vida: al de la vejez. No ha querido que este toro último lo zarandee y ponga en ridículo y ha dado la “espantá” (la única de su vida), precisamente en el momento que Corrochano calificó de “la hora de Belmonte”, un atardecer, allá en su finca de “Gómez Cardeña”.
Su horror a la postura final belmontiana era conocido de todos nosotros. Tal vez pensara que Belmonte el trágico, Belmonte el misterioso, debía tener un epílogo dramático que levantara por última vez de sus asientos a los espectadores. De ahí su verdadero pánico por ser atropellado por una bicicleta, motos o camiones; por una larga enfermedad, llena de claudicaciones físicas...
El gesto de Hemingway, matándose, le quedó fijo. La muerte reciente de Julio Camba, a quien vio morir en medio de penosas claudicaciones físicas, acabaría por decidirlo. Su leyenda, su vida auténtica, con el ¡ay! de la cornada siempre encima; “Gallito”, muerto como un héroe, en los cuernos de un toro... y él, vivo. Todo esto, y hasta la literatura volcada sobre él, actuaba fuertemente sobre su espíritu trágico, de andaluz desesperado. Y la solución era el tiro, el tiro de un revólver, como de juguete, que siempre le acompañaba, en el bolsillo.
–“Pue... pue entonces –decía, ante cualquier problema– no queda má solución que er tiro; er tiro y ermontoncito de tierra... er montoncito...”
El día antes de matarse me lo anunció, sin que yo, naturalmente, me diera cuenta. Estábamos los dos solos, a la puerta de “Los Candiles”. No era la época en que yo suelo ir por Sevilla, pero un asunto particular me hizo anticiparla. No sé qué le encontraba de sombrío. Para mis referencias de ciertas conferencias, en Madrid, de “Los de José y Juan” –la más formal peña de toros–, no tenía el comentario vivo, zumbón y un poco cruel de otras veces.
Casualmente, pasó por allí el periodista tan conocido tuyo, López Grosso, quien me saludó, extrañado de mi anticipada llegada a Sevilla. Luego, dirigiéndose a Juan, le dijo: “Juan, a ver cuándo me da usted una buena noticia taurina para la ‘Hoja del Lunes’. ¡Pero una noticia bomba, que yo me luzca!” Juan estaba a mi derecha, encogido en su asiento, como si quisiera ocultar la cabeza entre los hombros, y le contestó: “Pues quizá mañana... o pasao... le dé una com... completamente bomba”.
Como esto lo dijo Juan en tono sombrío, todos nos quedamos serios, sin comprender. Fui yo el que rompió el embarazoso momento: “Es que Juan te va a anunciar su reaparición en la Maestranza”, le dije. Nos reímos y la conversación siguió, pero al enterarnos, al día siguiente, de cuál era “la noticia bomba”, Grosso y yo nos impresionamos aún más.
El día de su muerte, se vistió Juan de corto, con esa sobria elegancia varonil de nuestros ganaderos. Muy de mañana, fue a Triana, para entregarle a su... novia un fajo de billetes: “Ahí tienes 450.000 pesetas –le dijo–. Si de aquí a Semana Santa no te las pido, quédate con ellas. Son para ti”. Luego, oyó Misa y salió para “Gómez Cardeña” ; quince días antes había hecho testamento.
Su recorrido a caballo por la finca fue una auténtica despedida callada. Con todo el mundo habló y todos los rincones vio. Luego, acosó y derribó. Los médicos le habían prohibido este gran esfuerzo y Juan se aliviaba, haciendo que los criados le trajeran la becerra del rodeo y, ya embalada la vaca, Juan sustituía a uno de la collera y derribaba. Ese día, prescindió de este alivio y él mismo sacó a las vaquillas, las corrió y derribó, ante la sorpresa de la gente.
Luego, a la caída de la tarde, quiso encerrar en la placita de tientas a un semental que pastaba en el campo, algo lejos del cortijo, el cual semental tenía apalabrado para su venta a Andrés Gago.
“–Don Juan –le advirtieron–, mire usté que hase mucha caló y er toro está muy lejos... va a bregá mucho. Además, si quiere usté tentarlo, no hay quien le ayude, en la faena”.
Juan desistió, en silencio.
¿Quiso despedirse de la vida enfrentándose con un toro de verdad? ¿Quiso dejarse matar por el toro?... ¿O desistió, ante el temor de que sólo lo lastimara la fiera aquélla y pasara por loco, ante los sensatos cortijeros?
Ya anocheciendo, casi entre dos luces, en “la hora del Belmonte misterioso”, se encerró en su despacho, entornó las ventanas, puso en marcha el ronroneo del pequeño motor que da luz al caserío y se pegó el tiro. Cuando, al cabo de un tiempo, entró la criada, lo encontró muerto, con la cabeza inclinada sobre la mesa ante la que estaba, sentado en un sillón frailuno, con el revólver en la mano. Dejó carta al Juez.
Amigo Pepe, me temo que todo esto te resulte largo y penoso; y a mí, también. Ya no hay más remedio que continuar: falta poco.
Al entierro no fue mucha gente. A sus funerales, nadie. La Iglesia pasó por alto el suicidio. A muchos les pareció, el acto de Juan, una cobardía; a otros, un acto de entereza, digno de Belmonte. La gente joven no se emocionó: siguió hablando de fútbol.
Abrazos a todos, de nosotros, muy cordiales. Para ti, de tu buen amigo de siempre
Andrés Martínez de León