Fundación Martínez de León
Andrés Martínez de León (Coria del Río 1895 -Madrid 1978)

GÉNESIS DE OSELITO 

La humanidá ha creao muy pocos grandes símbolos de sí misma. Don Quijote,Hamlet, Fausto, Don Juan, yo...

"Entes de ficción" nos llaman los técnicos. Pero nosotros tampoco tenemos pelillos en la lengua pá los técnicos.

"El ente"  es argo extremadamente delicao, dificilísimo de criar.  Se ha tratao de conseguirlo por inseminasión artifisiá, pero como si ná.

Al río humano no se le puede echá alevines de <<entes>> en invierno pá pescaarlos, ya grandesitos, en primavera. Sería perdé er tiempo, er dinero y los alevines.

Baste saber que, en lo que va de mundo, la humanidá había inventáo hasta una dosena de grandes símbolos. Y eso, abriendo mucho la mano y metiendo en er peso grandes y chicos.

Esta extraordinaria escasé de produsión , no debe a los <<entes>> que los haymuy buenos mosos, sino a la farta de materia gris humana en buenas condiciones de consumisión digna de uno de nosotros, pues éste es el único alimento que nos luse y sin er cuá es inuti dedicarse a su cría.

Expliquemosno:

Materia gris hay pero en vetas tan pobres que hace practicamente antieconómica su explotasión. Hombres y mujeres la tienen, la llevan orgullosamente sobre sus hombros enserrá en fuerte envase óseo, como un tesoro.

¿Y qué? si apenas les arcansa pa ellos, ¿van a criá un "entes" si er que menos necesita una masa gris de tres kilos, fresca y sana, na más  que pá empesá? ¿No habéis observao la cabesa de un productor de "entes" que suele ser como hecha pá dos y la lleva er solo?

Claro es que se puede mejorá lo poquito que a uno le haya tocao en suerte: sino pá dedicarse de lleno a la cría de "entes" ar mejo pá andá por er mundo si pegá muchos tropesones. A mí como conocedó del asunto, me tienen gustosísimo a su disposisión.

Lo primerito que hay que hasé, es procurá por tó los medios, mantené esta sustansia gris maravillosa, dentro de su embase originá cuidando muy mucho que ná de ella se sarga en descarrilos de trenes, choque de autobuses, o en esas tan frecuentes aprosimasiones inesperadas y violentas, contra er pretil de un puente, desde una Vespa.

Luego, llevaís siempre el embase en alto y al fresco. En alto, proque si acostumbra a hasé demasiadas reverencias, en una de ellas te puedes cargar a tu posible "entes"dando con él en el suelo con las cuatro patas por alto.

Más conveniente aún es conservar el embase siempre al fresco. Su mayó enemigo es la caló. En cuanto er só dá de lleno en él, los sesos, o se agrian, o se derriten y luego hay que tirarlos. Mucho ojo con esto.

De esta conveniensia nasió er sinsombrerismo.  Vean cómo er que aún lo usa -por carvisie, generalmente- se apresura a descubrirse en cuanto ve vení a arguien que pueda darle argo: "Pongo a sus pies -parese desirle- mi materia gris. no hay que devolver er casco".

Casi tó los males de nuestro siglo diesinueve, vienen de los gorros de dormí. A los moros a se lo han hecho saber muy seriamente, los técnicos: "O se quitan ustedes esas toallas reliá a las cabesas, o nunca tendréis, más higos chumbos y moscas. Así, parese que regresáis tó  de una manifestasión contra er Potectoráo frasé". Los alemanes deben al séro de sus maquinillas de pelá, el haber aclimatao las guerras en su suelo, gosando de una manera estable de ese alegre dinamismo de la lucha, sal y norte de la vida, puesto que la lucha es vida... según uno que no conosió es jamón de Jabugo, er vino de Jeré y er puro de La Habana.

La mujé tiene ideas largasdesde que su pelo es corto. Bajo aquellas matas de pelos que les bajaban hasta las corbas -¡ay muy buenas corbas, sí señó!- y bajo aquellos enormes sombreros con gallinas, chosas y hasta gualda de chosa, ensima, no podia incubarse ná bueno.

En cambio ahora nos pisan el terreno por toas partes.

Er pelo dá mucha caloó, y la caló es lo más malo pá los sesos. Vean ustedes la endeblé  enfermisá de nuestra época romantica. con aquellas melenas y la costumbre de no comé, no podía engendrarse ná sano. Les hubiera venió muy bien, siquiera tres mesesillos seguíos sentándose a la mesa a sus horas.

A los embases de materia gris, les va muy bien sierta libertá aérea. Ya que uno no ha de dedicarse a la cria de "entes" por ser difisilísima, ar meno procurá mantené y mejorá la que tenemos. Leé poco y comé mucho. No calentarse la cabesa por ná der mundo. Puede sernos, fatá. Mirense en el espejo de mi ilustre compañero Don Quijote, a quién, un recalentamiento de esos, le hiso salir por España cargaó de más latas que un solar,  a enderesá entuertos.

Cosa que no se le hubiera ocurrío  ni ar que asó la manteca.  

Un "ente", en un prinsipio, no es ná.

No diré que somos un átomo en el espasio, por lo desacreditadísimo que están los átomos actualmente, tanto electrones como protones. Pero  sí que somos unas partículas insignificantes, una cosa así como embriones de argo genial, rarísimo y misterioso, inconcreto, oscuro.

Siglos y siglos nos pasamos envuertos en el ambiente que respiran los humanos, revoloteando de acá pá allá, destapando y oliendo embases como resina fisgona: y, siglos y siglos nos pasamos también sin encontrá ná a nuestro gusto; una buena molla fresca y sana de masa gris, capás de tener el honor de engendrarnos.

Somos internasionales. Pá nosotros no cuentan esos paralelos, esas barreritas, divisiones y subdivisiones que los hombres han inventáo pá no entenderse. Lo mismo nos da una cabesa cuadrá, que redonda o en pico; que haga frío o caló, sol o niebla, tomar vida en una lengua que en otra... A nosotros nos da iguá. Er caso es encontrá un serebro bien curtiváo y sano. ¿Que esto es muy difisi? ¡Ah, claro!: por eso somos tan poquitos en er mundo. Pero cuando un día entre los días descubrimos el divino tesoro que buscamos, nos vamos hasia él con hambre de siglos, con una alegría tan grande que hay que pasarla pá comprenderla.

Y ya tó es cosé y cantá.

El hombre insigne, poseedor de tan rara sustansia serebral, nota, desde entonses, que argo le bulle en la cabesa; argo misterioso, sublime, casi divino, que pugna por concretarse y salir, pero sin que él asierte a ver bien sus contornos, ni a medir con esactitud, su verdadero arcance y dimension, cual si er dedo der genio guiara su parto, separando “aquello” de su control.

Y un glorioso día sin pensar, nos deslisamos silensiosamente de nuestra sabrosa gruta y, sin ruido ni tonterías, de puntillita, bajamos por el braso der que nos dio vida inmortá y salimos ar mundo por los puntos de su pluma sin que él se entere.

Así nasimos Don Quijote, Hamlet, Fausto, Don Juan, yo,... 

¡Ay! Que nadie envidie ar padre de unos de estos símbolos humanos inmortales.

Cuando aún esté er pobre hombre como cuarquié padre carnal, registrando al resién nasío por si és verdá, como disen, que cada hijo trae un pan debajo der braso, un gran tropel de gente serbirá las escaleras de mi casa gritando frenéticamente:

—Ha nasio “La Ilusión”. Er símbolo de “La Ilusión Humana”.

Inuti será que er sorprendío papi jure que él ha hecho a su niño pa que le vaya por los mandáos. La gente se lo arrebatará de las manos y con er tierno infante en arto como un estandarte sardrá a la calle vosiferando:

—He aquí “La Ilusión Humana”. Con dos gramos de ella y los ojos serráos, se puede ser hasta felis.

Aún er padre abandonao tratará de recuperá al hijo de sus entremasas a grandes voses de bruses en su barcón:

—No sé esaboríos y traé pá acá a mi niño que me tiene que í al estanco.  —¡Fuera! ¡Fuera! Mentira. Esto és “La Ilusión”. Usté a morirse pa ser inmortá.       Y entre conminasiones de la “Gran Compañía de Apagones y Lú”, y aviso der casero, er glorioso autor escuchará desde su despacho del hueco de escaleras, er cresiente oleaje de la fama, del hijo pródigo, viendo, con pena, como esta ha marchitao la de sus otros hijos, algunos según él, más hermoso y fuerte que el que se llevaron.

Ya “La Ilusión Humana” no cabe en la nasión de origen. Ha borrao las fronteras y habla toas las lenguas. Técnicos de toas parte la exsaminan detenidamente, consurtan libros, se asercan, se alejan, y, por úrtimo, dándole un cariñoso espardaraso, sentensian:

—Visto. Se trata efectivamente de “La Ilusión Humana”. ¡Y de la buena! Mantenerla siempre de canto. Muy frágil.

Er pobre padre, calla. Tiene el agridurse de la gloria que su hijo, a cambio de no irle a los mandaos, le ha metío por las puertas. Pero son laureles sin papas. Y un día muere. No importa: era ya un limón sin sumo. Levitas y chisteras le agradesen la ocasión que les brinda pá salí de sus aburridos armarios.

Y er mundo sigue.

Unas a unas las generasiones que le suseden van sertificando lo mismo respecto a su hijo:

—Esta es “La Ilusión Humana”. Las declaraciones der padre de que creó a su hijo pá mandadero, fueron hechas, indudablemente, pá despistá. En aquellos tiempos no se podía desir tó lo que se quería. Te llevaban dándote guantasos más allá de tu casa.

Y cuando una generasión más agradesía que sus predesedores pregunte por los gloriosos huesos del inmortal autor de “La Ilusión” le responderan distraíos:

—No sabemos. Disen que los pusieron por ahí.

Que nadie envidie al infelí mortal ar que le nase un “ente”.

Con dejarle vendé en vida, cuarquier casa de cuarquié calle o plasa, que hoy lleva su nombre, el autor de “La Ilusión Humana” hubiera conosío argo de lo que creó. Pero...

 Argunos tacharán de pesimista lo que he dicho sobre la suerte que suelen tené en esta vida los productores de “entes”.

No. ¿Qué más dá de que se pierdan huesos ilustres habiendo en er mundo tantísimos “huesos” sin ilustrá ni ná? ¿Qué la “Gran Compañía de Apagones y Lú” le dejó, ar fin, a oscura? ¡Se llevaba gastao en velas pá poné una sentral por su cuenta!    No. Yo me he limitao a contá las cosas como son. Luego, que cada uno escoja er coló der cristá con que ha de mirarlas.

Un ejemplo típico der nasimiento y desarrollo de mi “ente”, lo tenemos en don Cristoba Colón.

A don Cristoba también se le posó uno de nosotros en su hermosa masa gris. Era el embrión genial del descubrimiento, de golfos, y aguantando los cocasos de los monos.

También creyó Colón que había descubierto ar niño de los mandáos. Fueron los demás —como a “La Ilusión”— los que le pusieron su verdadero nombre: América. Don Cristoba sólo vio unas islitas, que ni poniéndolas en regadío podían justificá er cansansio y los peligros de tan largo viaje:

—¿Y pa esto —se preguntaba— he traío tó er viaje ar paisano de Oselito, Rodrigo de Triana, en lo arto de un palo como una gallina?

Vidas y muertes paralelas en los creadores de “entes”.

Con la sola diferensia de que, del de “La Ilusión” no queda ni los huesos, y de Colón tenemos varias edisiones.

Nadie envidie —repito— a los llamados inmortales.

Yo ar menos, no le arrendaría las ganansias.

Tengo que hablá de mí.

Pero aquí entre nosotros, en confiansa, con sinseridá. Sin que se quede ná por dentro.

¿Creen ustedes que la masa gris de mi papi estaba en condisiones? No. Pero es que yo tampoco soy un “ente” como mis compañeros, tiesos, engoláos, demasiaos importantes. A mi me gusta la sensillé, la humirdá, la alegría sana: Ser amigo de tó er mundo, aunque les cueste trabajo creerlo a toreros, padres, apoderaos, ganaderos y demás descomponentes de la fiesta de los toros a la que tanto quiero.

Tampoco he sío mui internasioná, lo confieso. He recorrío, sí, er mundo muchas veses de punta a punta. Pero mis pajarillos sólo se alegraban de manera integral, en Andalusía. Era lo que más me gustaba. ¡Que tierra esta, papi de mi arma! Yo no comprendo que haya persona que nascan en otro láo.

Pues esta sensillé cordial de mi carácter tan alejáo de la trasendental grandesa de mis distinguidos compañeros “entes”, y mi querensia irrefrenable hasia Andalusía, fue lo que me hisieron pasá por tó poniendo una venda en mis ojos, hasta desirme: “Anda. Por una vé quien lo va a sabé”, y colarme en la masa gris de mi papi a sabienda de que no era digna de mi “ente” de medianas pretensiones.

Y aquí estoy y no me pesa.

Nasí en Triana. Mi padre, en Coria del Río.

Coria, a corta distansia de Sevilla, es un pueblesito que baja sin temor arguno ar toro del río hasta las mismas barbas der Guardaquiví pa meterle entre los cuernos er blanco pañuelo de sus casas. Con su hermana siamesa Puebla, forma el rincón más rico de toa Andalusía en hombres de a caballo, retostaos por el sol marismeño, sobríos, fuertes y valientes, que surten las mejores cuadrillas de buenos picadores, o las ganaderías de inapresiable conosedores der toro bravo que crían a sus manos pa que luscan luego su fieresa por toas las plasas der mundo.

Ya saben ustedes tanto de mi nasimiento como yo.

Tengo que hablá de mí.

Pero aquí entre nosotros, en confiansa, con sinseridá. Sin que se quede ná por dentro.

¿Creen ustedes que yo, el “ente” Oselito, sería capá de salí por España a enderesá ná; pá serví de chufla y resibí más guantasos que un tonto?

¿Iba yo a tardá tanto tiempo en arrancarme si mi padre vestío de fantasma, me pidiera argo?

¿No es una tontería vendé ná a cambio de juventú cuando se ven por ahí a tantos jóvenes sin sabé administrá su tesoro?

Y ese iluso de don Juan, ¿por qué se empeña en colesioná mujeres si con una sola ya no se puede viví?

No. Mis mayores respeto a mis ilustres compañeros, pero que no cuenten conmigo pá ná.

Ellos son engolados, tiesos, demasiaos importantes.

A mi me gusta la sensillé, la humirdá, la alegría sana: ser amigo de tó er mundo... aunque le cueste trabajo creerlo a padres de toreros, apoderáos, ganaderos y demás componentes de la fiesta taurina.

¿Creen ustedes que la masa gris de mi papi estaba en buenas condisiones de consumisión pá mi “ente”?

¡Cá! Ninguno de los gloriosos símbolos humanos, compañeros míos, hubiera engendráo allí aunque se lo hubieran pagáo bien. Seguro.

Fue esta humirdá, esta sensillé y cordialidá mía y, antes que ná, mi querensia irrefrenable hasia Andalusía, la que me miró pasá por tó. Y me dije: “Anda. Por una vé quien lo va a sabé”. Serré los ojos, me sambullí y aquí estoy.

No he sío, lo confieso, un “ente” demasiao internasioná. He recorrío, sí, er mundo muchas veses de punta a punta. Pero mis pajarillas sólo se alegraban de manera integral en Andalucía. Era lo que más me gustaba.

¡Qué tierra esta, pare de mi arma! Yo no me explico como hay persona que nascan en otro lao.

Toa Andalusía es maravillosa. Pero tiene una veta jamón; un sitio que es como una espina dorsal espiritual donde se reune lo más fino, lo más alado y hondo al mismo tiempo, de esta tierra de ¡óle!

Me refiero a esa línea que flanquea de serca er Guadarquiví lo que, partiendo de Cai, para por Jeré y termina en Sevilla como si er viejo Beti —óle, viva “er Beti”— llevara en sus aguas las mejores herensias de muchas sivilisasiones pá irlas tirando a puñaos sobre los álamos blancos de sus orillas, y desde allí aromá el resto de Andalusía.

Cuanto me gustaría esta tierra y sobre tó Sevilla, que aún sabiendo que mi papi era “na má” que de Coria, lo vé por Triana y me dije: “Aquí va a sé. Este mismo es bueno”.

¡Coria del Río! Er pueblecito, que, sin temó arguno, le mete por los hosicos er blanco pañuelo de sus casas, ar toro del río: er de los hombres a caballos, retostáos por el sol marismeño, inapresiables conosedores der toros bravos criaos valerosamente en sus manos pá que luscan luego su fieresa por toas las plasas der mundo.

Pues aquí nasió mi papi. En Coria del Río.

Y un poco más acá —en Gerve— er mejó de los toreros: Gallito.

Y un poco más acá, —¡en Triana!— yo.

¡Se pueden encontrá tres lugares más serca unos de otros y con más suerte en er mundo?

¿Qué voluntariamente me he limitao a ser mi “ente” pequeñito, cordial y alegre?

¡Mejó!

Que mi padre es muy poquita cosa?

¡Mejó!

¿Que yo no me pueo compará con Hamlet, don Quijote, Fausto o don Juan?

Ni quiero. A tó los que ellos dejan dormío contándoles sus cosas los despierto yo con las mías.

Y más vale un hombre despierto que sientos dormíos.

¡Viva Andalusía!

Sevilla produse espejismo como las marismas de un río.

De Sevilla se ha dicho tó y no se ha dicho ná.

Cada uno creemos tener a la verdadera sartando en la parma de la mano, y ella se ríe de nosotros.

Es una y mil.

Espejéa burlona deslumbrando, despistando, esquivando.

Es superfisial y honda, intransendente y eterna, desgarrá y pudorosa.

Su “duende” te engaña hasiéndote pasar por oro de ley lo que sólo es viruta, y luego colma tus manos de oro purísimo hasiéndote creer que es viruta.

Espejismos.

No sólo el forastero es victima de él.

También el sevillano dudando, se pregunta a veses: “¿Qué es Sevilla?” Dos minutos más tarde, otro espejismo le hará rendirse admirativamente, sin condisiones. “Esto no pasa más que en Sevilla”.

Y er “duende” de la siudá-mujer, invisible, seguirá burlándonse con sombra hasta de su sombra, soñando aquí y allá, ahora conmoviéndote hasta el fondo de tu alma: luego, arrancándote un gesto despectivo.

Entretanto la siudá chiquita y bonita, seguirá toreando al sol, quebrándole en corto por sus calles estrechas que las casas cuidan de no apabullar con su altura. Al contrario: se agachan mimosas brindándoles por entre el florido enrrejao de sus canselas, el íntimo y fresco purmón de sus patios; ponen al arcanse de sus manos el jasmín de sus barcones y le desbordan rosas y geraneos por el pretil de sus azoteas.

Ahora se oye ar “duende” aquí, luego allí...

Que nadie intente enserrá a Sevilla entera en su pequeña jaúla particular.

 

Sevilla no es un grillo

Se le escapará como el pez en el agua.

Sevilla tiene “castaña”

¡Y de las pilongas!

 

Al arcanse de cuarquiera está er distinguí una cosa grande de otra mayor, una cantidá de otra cantidá.

Lo difisi es descubrir la calidá, lo íntimo, lo exquisito, la personalidá.

Un día acompañé a un forastero, por Sevilla.

Era un hombre fuertote, achaparrao, de andares basculantes a derecha e isquierda. Sus negras rejas siamesas, se abrían en amplio arco bajándole las puntas como er bigote de un chino. Caminaba lento. Debía tené juanetes como membrillos. Sierto tufillo a queso y chocolate completaba su carné de identidá.

(¿Qué queréis? Obliga a mucho el ser sevillano).

Cuando ya mi homenajeado se había bebío medio Sanluca y comío sus “tapas” y las mías, creí llegao er momento sipcológico que esperaba:

—¿Qué, amigo? —le pregunté—. ¿Qué le parese a usté Sevilla?

—Mire —respondió avansándose al resto de mis “tapas”—. En Santandé se “tira” mejó la servesa.

Yo no le tiré a él de la silla abajo de un guantaso, porque ya he dicho que era fuertote y achaparráo.

Pero tuvo que irse a la estasión preguntando.

¿Es que puede hasé un viaje ná menos que a Sevilla, só tío esaborío, pá sabé si la servesa la “tiran” mejó en Santandé?

Cuanto tiene que sufrí un sevillano fino con la incompresión de siertos tiparracos. Pero no crean ustedes que sólo nos pasa con er der tufillo a queso y chocolate. Este hombre, después de tó, no ha visto más mundo, hasta ahora, que er que arcansó a vé tras er pequeño espasio vital de su mostradó. Hay por ahí cá intelectuá que visita a Sevilla de tren a tren y luego largan por los puntos de su pluma cada cosa...

¿Y los que quieren que Sevilla sea como Londres?

Una vé tuve que cargá con un permaso de esto.

Era españó, pero el hombre acababa de dar un vistaso por Norte América y tó lo nuestro lo miraba por ensima del hombro y dándome cuenta de mi responsabilidá como sevillano estremé con él mis atensiones, portándome tan finamente, que hasta intenté pronunsiar correctamente las eses finales de las palabras, las jotas, las uves, las bé, las sé, las setas... Comprendo que argunas veses hasía gran consumo innesesario de eses finales y sierto lío con las demás letras, pero en esto lo que hay que agradesé es la buena voluntá y na má, ¿no le parese a ustedes? Tó er mundo no puede viajá por el extranjero.

Desde er Patio de los Naranjos, le enseñé la Girarda:

—La Girardass —me limité a desí.

Lentamente recorrió er forastero con la vista la sin par torre de encaje de morenos ladrillos. Se hallaba abierto de pierna, tieso como si se acabara de tragar un bastón.

—Chica —sentensió—.

—Les arviertos a ustedd que ahora le van a echá dos pisos másss.

—Será igual. ¡Chica! El “Empire” neoyorkino es cuatro o sinco veses más alto.

Entramos en la catedral:

—Mire ustesss pá arriba. Esta es la catedral más grandess der mundo. Loss que la hisieron trataron de produsir tal asombross que lasss generasionesss veniderass le tomaran por locosss.

—Y lo eran —contestó secamente—. ¿Pa que sirven estos inmensos espacios perdidos? ¿Cuántas plantas de ofisinas cree usté que cabrían en él?

Tampoco le gustó el alcázar:

—¡Vach! Pacotillas, efímeros adornos de yesos o toscos ladrillos de pobre barro. Todo muy pintadito como jaula de canario.

—Po aquí al láoss —le respondí sin arterá mi finura— tenemosss el Archivo de Indias que ésss tó de piédrasss.

—Eso és una mesa de billar con las cuatro patas por arto.

No había manera de contentar ar forastero extranjerisáo.

—Mire, Osé —me dijo declarándome ya francamente la guerra—. Comprendo que a ustedes les guste esto porque no conosen otra cosa. Viven aún en el siglo XVI y viven contentos. Pero país del siglo XX, Norte América. Eso és sivilisación, vida moderna, riquesas, cantidades ingente de todo, maquinismo...

Paró un momento pá tomá aliento. Yo ni pestañeé, manteniendo abierto er paragua de mi pasiensia.

—¡Oh, er maquinismo norteamericano! —exclamó mirando ar sielo con los brazos abiertos y con tal meneo armirativo de cabesa que se le cayó er sombrero—. ¡Qué adelantos más maravillosos! Mientras ustedes recorren aún estas callejas oscuras, guitarra bajo el braso para hablar a su novia tras la reja, allí mete usté una cantidá en una máquina y le sale un traje a medida; unos séntimos y le sale una servesa; un poco más y le sale el almuerso.

—Hombre —le interrumpí—; argo de eso sí tenemos.

Nos encontrábamos junto a la Torre del Oro, pansuda y bajita como odalisca en la reserva. Los muelles repletos de barcos, se extendían, por la parte de Sevilla, a lo largo del río. Allá a la derecha, er Puente de Triana, er puente con más salero pisáo, que toas las uvas der mundo. En frente de nosotros, “er barrio de las arcayatas” pá los gitanos, Triana, alineando sus casitas asules, verdes, añil, blancas, ocres, sobre el Guadalquiví pa que puedan mirarse en sus aguas. De los muelles ha vuerto a caer al río una camaronera chocando alegremente con las aguas.

—¿Ve usté? —le dije ar senizo agachándome a cogé una piedra—. Esta piedra la acabo de cogé der suelo. No vale ná. Vea tó las que hay. Po mire usté.

Y lansando er pedrusco con fuersa sobre la caseta de un carabinero terminé:

—¡Verá usté como “sale” un carabinero!

Efectivamente. De la caseta salió como un rayo un carabinero que puso al esaborío españó-extranjero como no digan carabineros con bigote, enfadáo.

¿Ven ustedes? Otro que también fue a la estasión preguntando:

Cuantos espejismos produse Sevilla y, aunque por el carril de la simpatías, cuantos prejuisios se traen a ella.

—Aquel que está sentáo junto al mostrador y el otro —me preguntó un forastero de esto— son picaores ¿verdad?

—Que está usté hablando, cristiano? —hube de aclararle—. Si ese señó es er Presidente de la Diputasión de Sevilla y er que está ar láo er de la Audiensia.

¿Gitanos, toreros, bailaores,...? ¿Cuándo se vais a enterá só... forasteros que aquí también ganamos er pan con er sudó de nuestra frente?

En cambio, ¡cuánto agradesemos al que nos comprende!

Allá van esas virutillas de mi tierra, espejismos risueños bajo el cual el “duende” de Sevilla ocurta, a veses, argún escosor humano. Desde hace treinta años, muchas de estas historietas han ido viendo la lú en las hojas-mariposas de los diarios, mariposas-hojas con sólo un día de vida. Aquí tendrán mejor cama. Me veo obligáo a recordá a tantos como casaron en er vedáo mío. No les guardo rencó. Quizás yo también arguna ves sin saber que existe a la veda haya cogío arguna que no era mía. Es igual. Disen que, en Arte, el robo seguío de asesinato se perdona. Se quiere desir que es suya. Muchas obras grandes nasieron de algo insignificante que el aire llevaba y traía sin que nadie advirtiera y sacara a lus sin mérito e importansia. ¿A cuántos han echao de un bautiso por contá con malage una cosa que en er fondo tenía grasia? En la misma Sevilla, a muchos.

Yo sólo pido que er que coja argo mío lo cuente con salero.

Muchas veses, a estas ocurrensias les susede lo que a las coplas: que er pueblo las canta sin saber de quien son ¿y qué importa? Er salero consiste en que se canten y se cuenten. Es señal de que se ha dáo en la diana del sentimiento del pueblo. ¿Pa qué más gloria?

A este libro de historieta seguirá otro y otro. Si no se alegran los senisos, esaboríos, metepatas, y quitapelusas, que se mueran de penas. Los que tengan la fortuna de saber reír, que me sigan. El hombre es el único ser sobre la tierra a quien Dios le dio el enorme privilegio de la risa. ¡Yo ar meno no he visto nunca a un burro con las manos en la barriga riendo a carcajá por mucha grasia que le haya hecho er pienso!

 

 

Andrés Martínez de León

 

*Extraído de  la obra, "Oselito en Rusia", (seguido de Oselito Extranjero en su Tierra), Almuzara y Fundación Martínez de León, editado en noviembre 2012.